En mis momentos de máxima aflicción el pasto estuvo ahí. Para brindarme su consuelo y absorver mis lagrimas. Fue el colchón que soportó mi peso, escuchó mis pensamientos y me ofreció su aroma.
En mis momentos de máxima aflicción, cuando la desesperación me carcomia el alma y mi corazón gritaba, la noche estuvo ahí. Rodeándome de estrellas que me acompañaban. Cuando mi mente intentaba comprender el aullido del corazón, sin poder descifrar sus códigos, los arbustos se confundieron con las sombras y mi alma rompió en pedazos. Algo mas grande de lo que yo podía imaginar estaba por comenzar. La metamorfosis que se desarrollaba a medida que mi vista se perdía.
Me quería arriesgar a saber, supliqué al cielo ver, lo que mi mente no me quería mostrar. El miedo se apoderaba de mi como un mar desenfrenado, sus olas me bañaban la sangre y me aterraba. Pero quería saber que era lo que el corazón me gritaba, que me pedía no mas mentiras. Me pedía abrir los ojos y yo no podía.
El pasto me escuchó, y una hormiga me picó. Hundí mi nariz en el para refrescarme con su olor. En mi soledad fue mi único compañero, y el primero en quien pensé cuando necesite consuelo. La noche me calmó, y el viento me cambió. Hoy día me suicidé, lentamente me fui matando. Maté todo mi pasado sin dudar. Mi muerte se llevó una parte inmensa de mi ego. Yo vi como se alejaba. El ego se daba vuelta a echarme vistazos mientras se alejaba, de la mano de mi pasado, para ver si yo lo necesitaba. Para ver si lo quería. Me ofrecía seguridad. Y yo lo miraba sabiendo que tenía que dejarlo ir pero con miedo.
El ego volvía para matarme y yo lo dejaba ir.
El ego volvía para mentirme y yo lo dejaba ir.
El ego volvía para asustarme y yo asustada lo deje ir.
Yo ya morí. Ahora comienza mi nueva vida. Mi única verdad. La que siempre estuvo presente, en mi y en el presente, pero nunca pude aceptar. Hoy todo es diferente.
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